ILLAS Y MOLLOS: EL ALMA ESCULPIDA DEL ALTIPLANO



En este gabinete se resguarda un conjunto de pequeñas esculturas andinas —de forma abstracta o animal— talladas en alabastro, material blando y luminoso que, desde tiempos prehispánicos, ha sido asociado con lo sagrado. Son conocidas como illas y mollos, y constituyen uno de los objetos rituales más íntimos y enigmáticos de la religiosidad andina del altiplano.

Originarias principalmente de la región del lago Titicaca, estas piezas no fueron hechas para ser vistas en vitrinas. Eran portadas, resguardadas, transmitidas de generación en generación como protectores personales, familiares o comunales. Su valor no era estético, sino espiritual. Eran recipientes de poder (camac), objetos animados que contenían fertilidad, fuerza, memoria, equilibrio. Eran, en palabras de quienes aún las usan, "el alma del ganado, la semilla de la cosecha, el doble de la persona".


Formas del espíritu

Las illas suelen adoptar formas estilizadas de animales domésticos: llamas, alpacas, ovejas, a veces toros. También hay illas vegetales, menos frecuentes, vinculadas al maíz, la papa o las habas. Son pequeños tótems de la abundancia, modelados sin detalle, con trazos suaves, casi esquemáticos. Por su parte, los mollos tienden a tener formas más abstractas, a menudo geométricas, pero igualmente cargadas de sentido. Ambos tipos de piezas eran enterrados o activados en rituales propiciatorios, invocados en pagos a la tierra, y custodiados como garantía de continuidad vital.

Estas esculturas eran cuidadosamente envueltas en tejidos especiales, guardadas junto a hojas de coca y pequeñas ofrendas, y sacadas solo en fechas señaladas: los cambios de estación, los nacimientos, las siembras, los augurios. Su posesión implicaba una responsabilidad: cuidar aquello que sostiene la vida, proteger el equilibrio entre la familia y la tierra, entre lo visible y lo invisible.


Alabastro: la piedra que respira

El material más común de estas piezas es el alabastro local, también conocido como piedra de yeso o piedra de luna. Su tonalidad traslúcida, que varía entre el blanco, el rosado y el crema, remite a cualidades etéreas: lo blando, lo interior, lo que permanece oculto pero pulsa. No es casual que este material haya sido elegido para representar lo animado: su apariencia cambia con la luz, como si la piedra respirara.


Rupturas y mercado: lo que fue expulsado del hogar

Durante siglos, illas y mollos fueron objetos heredados y conservados con devoción. Sin embargo, en las últimas décadas, muchos de estos talismanes han sido retirados de los hogares andinos, sobre todo en zonas donde se ha expandido el evangelismo protestante, que suele condenar su uso como "idolatría". Para muchos, aceptar esta nueva fe ha implicado deshacerse de estas piezas, a menudo con culpa o dolor. Lo que antes era un vínculo íntimo con la tierra, se vuelve incompatible con una nueva doctrina espiritual.

Como resultado, numerosos illas y mollos han ingresado al mercado informal o han sido vendidos en ferias rurales por familias que ya no desean conservarlos. Es así como muchas de estas piezas han llegado a colecciones como esta: no por voluntad de quien las esculpió o las protegió, sino como consecuencia de una ruptura espiritual y cultural.

Este gabinete, entonces, no expone simplemente esculturas de piedra. Expone fragmentos de una relación milenaria con la tierra y la abundancia. Cada pieza aquí contenida fue, alguna vez, semilla, sombra, compañía, promesa. Algunas siguen siéndolo, aún lejos de su hogar.