QEROS DE MADERA: CEREMONIA, RESISTENCIA, CONTINUIDAD



Los qeros (o keros), vasos ceremoniales tradicionales del mundo andino, constituyen una de las expresiones materiales más profundas, antiguas y resilientes de la espiritualidad indígena. Su presencia recorre siglos de historia, desde los tiempos preincaicos hasta su reconfiguración como arte popular tras la ruptura colonial. Esta colección de qeros de madera, pertenecientes a los siglos XIX y XX, conserva las huellas de ese largo tránsito, y permite escuchar, en silencio tallado, los ecos de una cultura que nunca dejó de brindar.


Orígenes sagrados y función ceremonial

Desde mucho antes de la expansión del Imperio Inca, los pueblos andinos desarrollaron recipientes rituales destinados al acto de brindar en comunidad y ante lo sagrado. El qero no era una copa cualquiera: estaba cargado de sentido cosmológico. En él se vertía chicha de maíz, bebida sagrada por excelencia, y se ofrendaba a la Pachamama, al Sol, a los ancestros y a los apus —los espíritus de las montañas— como acto de reciprocidad, agradecimiento y petición. A cada brindis le precedían invocaciones, cantos y oraciones dirigidas al dios Wiracocha, a los espíritus tutelares y a la tierra fértil que sustenta la vida.

Tradicionalmente, los qeros se fabricaban en pares, siguiendo el principio dual andino (masculino/femenino, sol/luna, arriba/abajo). Brindar con qeros era, por tanto, un acto de conexión y equilibrio entre opuestos complementarios. Uno de los vasos era sostenido por el anfitrión, mientras el otro se ofrecía al invitado —sea este humano o divino—, sellando así una alianza simbólica y social.


Del esplendor incaico a la persecución colonial

Durante el periodo incaico, los qeros alcanzaron gran sofisticación formal. Se elaboraban en maderas nobles, metales preciosos o cerámica fina, ricamente decorados con pigmentos minerales y diseños geométricos o simbólicos. Su uso era exclusivo de la nobleza indígena y formaba parte del protocolo ceremonial del Estado Inca: desde celebraciones agrícolas hasta rituales del culto solar, pasando por funerales y alianzas políticas.

Con la llegada de los conquistadores españoles, sin embargo, este universo ritual fue brutalmente interrumpido. La Corona y la Iglesia, al asociar los brindis con idolatrías y pactos demoníacos, prohibieron la fabricación y el uso de qeros, especialmente tras la rebelión de Túpac Amaru II (1780–1781), cuando se criminalizaron muchas expresiones simbólicas de la identidad indígena. Miles de qeros fueron destruidos, y los que sobrevivieron pasaron a ser escondidos, conservados en el interior de los hogares como objetos secretos de culto familiar.


Resistencia, clandestinidad y reconfiguración popular

Es precisamente en este contexto de represión y clandestinidad que los qeros resurgieron bajo nuevas formas, y pasaron a formar parte del arte popular campesino. De objetos suntuarios de la nobleza pasaron a ser copas de madera rústica, talladas muchas veces por los mismos usuarios. Despojados de sus pigmentos originales y reducidos en tamaño y ornamento, los qeros sobrevivieron como emblemas silenciosos de resistencia. Continuaron siendo utilizados en rituales como los pagos a la tierra, las fiestas agrícolas o las ofrendas familiares —siempre alejados de la mirada oficial.

Esta colección de qeros de los siglos XIX y XX da cuenta de ese proceso: formas sobrias, tallados discretos, incorporación de figuras animales (como monos o reptiles), ausencia de policromía y, sin embargo, una fuerza simbólica intacta. El arte popular encontró así en el qero un canal para preservar gestos ceremoniales antiguos en nuevas condiciones sociales. La comunidad rural, privada de sus templos y sus símbolos públicos, reconstruyó el vínculo con lo sagrado desde la intimidad doméstica y comunal.

Un arte popular profundamente ritual

A diferencia de otras formas del arte popular surgidas en el siglo XIX —como el mate burilado, los retablos o las tallas en piedra— los qeros no fueron pensados para el ornamento ni para la decoración doméstica. Su función permaneció esencialmente ritual. Eran objetos activados por la acción: servían para convocar, invocar, agradecer, compartir, recordar. En ellos no importaba tanto la belleza externa, sino la fuerza simbólica que encerraban.

Su presencia no desapareció ni con la expansión del mercado ni con la llegada del turismo. Lejos de convertirse en mercancía decorativa, el qero mantuvo su lugar como vaso vivo de la espiritualidad campesina. En este sentido, se diferencia de otras artesanías que, si bien comparten materiales y técnicas, fueron reorientadas hacia la producción para el mercado urbano o externo.


Los qeros de esta sala forman parte de una memoria activa. Son testigos de la continuidad de una práctica ceremonial que no pudo ser extirpada ni por la espada ni por la cruz. Nos hablan de una forma de ver el mundo basada en la reciprocidad, el equilibrio y la comunión entre seres humanos, naturaleza y divinidad. Nos recuerdan que beber juntos no es solo saciar la sed, sino afirmar un vínculo: con el otro, con la tierra, con el tiempo ancestral.